Buscando el camino

Buscando el camino

jueves, 19 de mayo de 2011

Carta a mi futura novia

Hola, no sé quién eres. O tal vez sí.

Aún no te quiero. O sí y lo escondo.

Y no te conozco. O quizás esté mintiendo.

Pero una cosa tengo clara. Tú no me conoces a mí. Y por eso te escribo, una especie de guía, para guiarte en los enrevesados laberintos de mis emociones y mi personalidad.

Hola. De nuevo.

No quisiera asustarte, pero me han hecho daño. Quién y cómo, y hasta qué punto me ha afectado, es algo que quiero que descubras por ti misma, nada de spoilers

Lo que puedo ofrecer son las conclusiones, reflexiones o digamos de manera más poética, mis cicatrices.

Hola de nuevo. Soy yo, solo yo.

No busques más, no tengo más que ofrecer, tan sola un alma. La mía.

No seré el mejor en muchos aspectos, pero mi conciencia está tranquila conmigo, eso te lo aseguro.

Y no lo podrás cambiar, ni tan siquiera lo intentes.

No surtirá efecto. Es algo aprendido y grabado a fuego en mi ser.

Hola...

Podré parecer muchas cosas, pero no pretendo lastimarte, no pretendo hacer daño, eso, no he querido aprenderlo…

Solamente me queda darte un buen consejo, siente tu personalidad, vive contigo, queriéndote y gustándote…

Y sonríe, estoy aquí a tu lado…

miércoles, 11 de mayo de 2011

Áster

Se abre la verja, debo salir.

Debo luchar por una vida.

Así era, había sido condenado a la muerte por robo.

Pero se me había presentado una oportunidad. La última…

Una lucha a muerte. Una espada y un escudo habían sido mi elección.

Salgo a la arena y un sonido ensordecedor llena mi yelmo.

Al otro lado del campo de batalla encuentro un único contrincante.

Un hombre musculoso, tapado con un yelmo cerrado, con un arpón en una mano y un discreto escudo en el antebrazo, ágil y ataques directos mortales, será una batalla divertida…

Así lo veía nuestro protagonista acercándose al centro, pues esa combinación solamente la elegía dos tipos de luchadores, las que no destacaban en ninguna disciplina y apostaban por un ataque directo, el cual les permitían tener a su adversario alejado de su cuerpo.

O los expertos ágiles. Un infierno de fintas y ataques directos.

Si era de los primeros, cosa que dudaba, la batalla sería rápida y la victoria sería cuestión de minutos.

Si pertenecía al segundo, por lo menos, le habría dedicado a su espada Áster, regalada por su padre a la edad de 16 años, una última batalla digna de la mejor espada del imperio…

Era un teniente retirado. El césar le había jugado una mala pasada.

Parecía que toda una vida dedicada a servirle no le era suficiente, pues había interrumpido una noche plácida, durmiendo al lado de su mujer.

La habían raptado y el, encadenado. Obligado a luchar, por diversión del César, si quería volver a ver a su amada.

Mucho tiempo hacía que no batallaba, pero eso es algo que no se olvida jamás…

Empuñó el arpón que tenía a su derecha, y se encajó el escudo de antebrazo en su izquierda.

Se ajustó el yelmo, y esperó, cómo ya había esperado centenares de veces a que esa puerta se abriera…

Una luz cegadora entró por la puerta al igual que el estuendro de la multitud pidiendo sangre. Se acercó al centro, a esperar el envite de su adversario, para advertirle que no tenía miedo, que había sido entrenado para ganar…

Cuando de repente, entre su arpón encontró lo último que nuestro protagonista quería…

Áster, la espada que le había regalado a su hijo cuando tan solo tenía 16 años…